Este hombre, con evidentes huellas de ahorcamiento, ha muerto en una celda de la cárcel de Sialkot, Pakistán. Las autoridades afirman que se suicidó, sus familiares que fue asesinado. Se llamaba Robert Fanish, tenía 20 años. Su crimen: ser cristiano en un país musulmán y pretender a una mujer musulmana. Los familiares de la chica a falta de mayores argumentos para evitar la aproximación entre ambos lo acusó del peor crimen que puede darse en este lugar: blasfemia. Puntualmente, profanar las sagradas escrituras coránicas infringiendo el Código Penal Pakistaní (de 1860, ver Código) que regula con bastante precisión los crímenes y las penas a aplicar en estos casos: el artículo 295 de dicho código establece a la letra “Cualquiera que voluntariamente profane, dañe o blasfeme contra una copia del sagrado Corán o de un extracto de éste o hable de él de una manera despectiva o para cualquier otro propósito ilegal será castigado con cadena perpetua”. Originalmente establecía la pena de muerte, pero la presión internacional moderó este exceso hasta llevarlo al confinamiento de por vida, a despecho de lo que la Corte Federal de la Shari’a exigiera.
La historia que se encuentra en el trasfondo de esta muerte es bastante ilustrativa de lo que ocurre con los cristianos, una minoría religiosa, que pretende vivir en un país con más del 95% de su población creyente en el Islam.
Fanish y Hina Asghar, musulmana, se frecuentaban los últimos 4 años. El 10 de este mes habiéndose citado en la azotea de su casa, fueron sorprendidos por la madre de la muchacha, quien colérica contó lo ocurrido a la esposa de un clérigo conocido como Amanullah de la aldea en la que viven, Jathikai. Se le advirtió a Hina que de continuar la relación ambos podrían perder la vida. A la mañana siguiente la joven intentó entregar una carta explicatoria de la decisión que pensaba tomar –alejarse- escondida en un supara (capítulo) del Corán en las manos de Fanish, el cual disgustado apartó su mano en un gesto descomedido ignorante de las intenciones de Hina y de el libro que ella blandía. El supara y la carta cayeron en una sentina, mezclándose con la basura que allí se encontraba. Al volver a casa la madre le preguntó cómo así había ensuciado las escrituras, al enterarse denunció el hecho ante Amanullah. A la mañana siguiente el clérigo anunció durante su sermón que un cristiano había blasfemado contra el Corán. Una turba de islamistas blandiendo palos se dirigió a la aldea, exigiendo el linchamiento de Fanish y ocupando la casa que poseía. La iglesia de su aldea fue incendiada, el padre de Fanish apresado y cuando procedían a quemarlo en la hoguera fueron convencidos por dos ancianos lugareños que un crimen como ése no quedaría sin castigo a los ojos de Alá y que si querían tomar venganza procedieran más bien a apalearlo. Así lo hicieron, lo llevaron a la Iglesia, donde continuaron quemando biblias y maltratándolo. Fanish, escondido, no fue arrestado hasta el día siguiente cuando intentaba beber agua. Una vez preso y tras un intenso interrogatorio la policía afirma que Fanish se colgó en su celda, usando una cuerda fabricada con sus propias ropas. El Comité de Acción Conjunta para los Derechos del Pueblo, una alianza de más de 30 grupos de derechos humanos, ha manifestado en un pronunciamiento que tiene el testimonio de testigos que afirman haber visto huellas de tortura en el cuerpo. Este comité dice que la evidencia en este caso “genera fuertes sospechas del compromiso de oficiales de la cárcel” en la muerte de Fanish (ver New York Times del 17 de Setiembre).
La tragedia de este hombre no es un hecho aislado. “Es un patrón” dice Asma Jahangir, portavoz de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán. Lo confirma la agencia de noticias cristiana Compass Direct News que ha hecho un recuento exhaustivo de los abusos que esta minoría viene recibiendo en Pakistán (ver http://www.compassdirect.org/espanol/pais/pakistan/). Los más recientes en Marzo, Junio y Julio pasado (ver Washington Post), causaron la destrucción de hogares, iglesias o la muerte en la hoguera de 6 cristianos, todos estos crímenes sin culpables, cometidos por turbas musulmanes enardecidas, con el mismo argumento, blasfemia.
Lo ocurrido el 25 de Julio merece también relatarse brevemente para entender tanto los reflejos antiblasfemos que la población paquistaní tiene tan aguzados, como la metodología empleada muy similar a la que ocasionó la muerte de Fanish. Un cortejo nupcial de una pareja cristiana pasó a lo largo de la aldea de Korian. Los participantes bailaban y arrojaban monedas al aire como dice la costumbre. A la mañana siguiente un miembro de la aldea encontró trozos de papel en las calles por donde el cortejo pasara que contenían escritura árabe.”Los examinamos y eran las páginas del sagrado Corán” afirmó un hombre en el atestado policial. Cuatro días después se acusó a uno de los participantes del cortejo, Talib Masih, quien enfrentado a los ancianos de la localidad no admitió su pecado generando la indignación de la población musulmana de la aldea. Los resultados: docenas de casas incendiadas, la Iglesia Pentecostal de La Fe en la Biblia dejada en ruinas, dos aldeanos muertos a balazos y otros 5, incluyendo 2 niños, quemados vivos. ( ver Washington Post de Agosto 3, 2009)
La situación no es novedosa y ha llevado a algunas acciones extremosas: en 1998 el obispo de Faisalabad, el sacerdote católico John Joseph, se suicidó de un balazo frente a la corte de justicia de la ciudad de Sahiwal en protesta porque uno de sus feligreses había sido condenado a la pena de muerte por haber hablado mal de Mahoma. Llamativa decisión en vista de que la Corte Suprema pakistaní siempre ha corregido las sentencias de cortes inferiores cuando condenaban al blasfemo a la pena capital (Ver BBC News de Mayo 7, 1998). Amnistía Internacional ha mencionado en un informe ad hoc acerca de la insuficiente protección de las minorías religiosas (ver Informe, 2001), que una característica común de las acusaciones por blasfemia en este país es la manera como son aceptadas sin la mínima crítica por los miembros del sistema judicial, quienes en ocasiones se ven enfrentados a amenazas y abusos de ser denegadas.
Un reciente reporte de la Comisión norteamericana Libertad Religiosa Internacional (ver Informe 2009) resalta el rol que Pakistán tiene en todo foro en el que participa promoviendo el concepto de “difamación religiosa” con la pretensión de globalizar sus propias leyes contra la blasfemia que, en opinión de la Comisión, limitarían seriamente y criminalizarían los derechos a la libertad de religión y expresión del individuo a escala mundial. Exige además del gobierno pakistaní la no criminalización de la blasfemia así como la implementación de cambios en los procedimientos legales que reduzcan y terminen con su abuso en contra de las minorías shiítas, sikh, cristianas y ahmadis.
Esta situación, que tiende a corromperse cada vez más, tiene que ver con la inestable situación política por la que Pakistán viene pasando en los últimos 30 años, desde que Mohammed Zia ul Haq dio su golpe de estado en julio de 1977. El dictador estableció la islamización de Pakistán en un momento de suma volatilidad en medio oriente, el annus mirabilis para el islamismo de 1979. La invasión soviética a Afganistán y el triunfo de la revolución iraní galvanizó a la sociedad musulmana generando una creciente radicalización social. El gobierno de Zia ul Haq se encontraba carente de base social, así la islamización de la política, la economía y la superestructura judicial le permitió tener el soporte de importantes corrientes de opinión dentro de la sociedad pakistaní; el fomento de las madrasas, escuelas de jihadistas que habrían de expandir su credo a lo largo de los principales países sunnitas, fue otra cota importante en este proceso que ahora Pakistán está pagando con la embestida de los talibanes en el valle de Swat. Es aquí, en este lugar, en donde se encuentra en juego cuál modelo de estado, secular o musulmán, habrá de guiar el destino de esta nación: los observadores mundiales se encuentran ante un expectante compás de espera.
La derrota talibán, por tanto, es un primer paso en el proceso de secularización que requiere el país para su ingreso en un proceso modernizador que coarte los excesos a los que estados confesionales como el pakistaní son capaces de llegar sin importarles la integridad de los individuos ni sus libertades personales. Mientras esta situación no llegue los cristianos como Fanish seguirán muriendo en el altar insano de un credo intemperante como el que se ha impuesto en Pakistán.
Guillermo Ladd
La historia que se encuentra en el trasfondo de esta muerte es bastante ilustrativa de lo que ocurre con los cristianos, una minoría religiosa, que pretende vivir en un país con más del 95% de su población creyente en el Islam.
Fanish y Hina Asghar, musulmana, se frecuentaban los últimos 4 años. El 10 de este mes habiéndose citado en la azotea de su casa, fueron sorprendidos por la madre de la muchacha, quien colérica contó lo ocurrido a la esposa de un clérigo conocido como Amanullah de la aldea en la que viven, Jathikai. Se le advirtió a Hina que de continuar la relación ambos podrían perder la vida. A la mañana siguiente la joven intentó entregar una carta explicatoria de la decisión que pensaba tomar –alejarse- escondida en un supara (capítulo) del Corán en las manos de Fanish, el cual disgustado apartó su mano en un gesto descomedido ignorante de las intenciones de Hina y de el libro que ella blandía. El supara y la carta cayeron en una sentina, mezclándose con la basura que allí se encontraba. Al volver a casa la madre le preguntó cómo así había ensuciado las escrituras, al enterarse denunció el hecho ante Amanullah. A la mañana siguiente el clérigo anunció durante su sermón que un cristiano había blasfemado contra el Corán. Una turba de islamistas blandiendo palos se dirigió a la aldea, exigiendo el linchamiento de Fanish y ocupando la casa que poseía. La iglesia de su aldea fue incendiada, el padre de Fanish apresado y cuando procedían a quemarlo en la hoguera fueron convencidos por dos ancianos lugareños que un crimen como ése no quedaría sin castigo a los ojos de Alá y que si querían tomar venganza procedieran más bien a apalearlo. Así lo hicieron, lo llevaron a la Iglesia, donde continuaron quemando biblias y maltratándolo. Fanish, escondido, no fue arrestado hasta el día siguiente cuando intentaba beber agua. Una vez preso y tras un intenso interrogatorio la policía afirma que Fanish se colgó en su celda, usando una cuerda fabricada con sus propias ropas. El Comité de Acción Conjunta para los Derechos del Pueblo, una alianza de más de 30 grupos de derechos humanos, ha manifestado en un pronunciamiento que tiene el testimonio de testigos que afirman haber visto huellas de tortura en el cuerpo. Este comité dice que la evidencia en este caso “genera fuertes sospechas del compromiso de oficiales de la cárcel” en la muerte de Fanish (ver New York Times del 17 de Setiembre).
La tragedia de este hombre no es un hecho aislado. “Es un patrón” dice Asma Jahangir, portavoz de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán. Lo confirma la agencia de noticias cristiana Compass Direct News que ha hecho un recuento exhaustivo de los abusos que esta minoría viene recibiendo en Pakistán (ver http://www.compassdirect.org/espanol/pais/pakistan/). Los más recientes en Marzo, Junio y Julio pasado (ver Washington Post), causaron la destrucción de hogares, iglesias o la muerte en la hoguera de 6 cristianos, todos estos crímenes sin culpables, cometidos por turbas musulmanes enardecidas, con el mismo argumento, blasfemia.
Lo ocurrido el 25 de Julio merece también relatarse brevemente para entender tanto los reflejos antiblasfemos que la población paquistaní tiene tan aguzados, como la metodología empleada muy similar a la que ocasionó la muerte de Fanish. Un cortejo nupcial de una pareja cristiana pasó a lo largo de la aldea de Korian. Los participantes bailaban y arrojaban monedas al aire como dice la costumbre. A la mañana siguiente un miembro de la aldea encontró trozos de papel en las calles por donde el cortejo pasara que contenían escritura árabe.”Los examinamos y eran las páginas del sagrado Corán” afirmó un hombre en el atestado policial. Cuatro días después se acusó a uno de los participantes del cortejo, Talib Masih, quien enfrentado a los ancianos de la localidad no admitió su pecado generando la indignación de la población musulmana de la aldea. Los resultados: docenas de casas incendiadas, la Iglesia Pentecostal de La Fe en la Biblia dejada en ruinas, dos aldeanos muertos a balazos y otros 5, incluyendo 2 niños, quemados vivos. ( ver Washington Post de Agosto 3, 2009)
La situación no es novedosa y ha llevado a algunas acciones extremosas: en 1998 el obispo de Faisalabad, el sacerdote católico John Joseph, se suicidó de un balazo frente a la corte de justicia de la ciudad de Sahiwal en protesta porque uno de sus feligreses había sido condenado a la pena de muerte por haber hablado mal de Mahoma. Llamativa decisión en vista de que la Corte Suprema pakistaní siempre ha corregido las sentencias de cortes inferiores cuando condenaban al blasfemo a la pena capital (Ver BBC News de Mayo 7, 1998). Amnistía Internacional ha mencionado en un informe ad hoc acerca de la insuficiente protección de las minorías religiosas (ver Informe, 2001), que una característica común de las acusaciones por blasfemia en este país es la manera como son aceptadas sin la mínima crítica por los miembros del sistema judicial, quienes en ocasiones se ven enfrentados a amenazas y abusos de ser denegadas.
Un reciente reporte de la Comisión norteamericana Libertad Religiosa Internacional (ver Informe 2009) resalta el rol que Pakistán tiene en todo foro en el que participa promoviendo el concepto de “difamación religiosa” con la pretensión de globalizar sus propias leyes contra la blasfemia que, en opinión de la Comisión, limitarían seriamente y criminalizarían los derechos a la libertad de religión y expresión del individuo a escala mundial. Exige además del gobierno pakistaní la no criminalización de la blasfemia así como la implementación de cambios en los procedimientos legales que reduzcan y terminen con su abuso en contra de las minorías shiítas, sikh, cristianas y ahmadis.
Esta situación, que tiende a corromperse cada vez más, tiene que ver con la inestable situación política por la que Pakistán viene pasando en los últimos 30 años, desde que Mohammed Zia ul Haq dio su golpe de estado en julio de 1977. El dictador estableció la islamización de Pakistán en un momento de suma volatilidad en medio oriente, el annus mirabilis para el islamismo de 1979. La invasión soviética a Afganistán y el triunfo de la revolución iraní galvanizó a la sociedad musulmana generando una creciente radicalización social. El gobierno de Zia ul Haq se encontraba carente de base social, así la islamización de la política, la economía y la superestructura judicial le permitió tener el soporte de importantes corrientes de opinión dentro de la sociedad pakistaní; el fomento de las madrasas, escuelas de jihadistas que habrían de expandir su credo a lo largo de los principales países sunnitas, fue otra cota importante en este proceso que ahora Pakistán está pagando con la embestida de los talibanes en el valle de Swat. Es aquí, en este lugar, en donde se encuentra en juego cuál modelo de estado, secular o musulmán, habrá de guiar el destino de esta nación: los observadores mundiales se encuentran ante un expectante compás de espera.
La derrota talibán, por tanto, es un primer paso en el proceso de secularización que requiere el país para su ingreso en un proceso modernizador que coarte los excesos a los que estados confesionales como el pakistaní son capaces de llegar sin importarles la integridad de los individuos ni sus libertades personales. Mientras esta situación no llegue los cristianos como Fanish seguirán muriendo en el altar insano de un credo intemperante como el que se ha impuesto en Pakistán.
Guillermo Ladd
No hay comentarios:
Publicar un comentario