domingo, 17 de noviembre de 2013

El Evangelio de la Carne, una aproximación crítica

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El Evangelio de la Carne, dirigida por Eduardo Mendoza de Echave (Lima, 1975), obra de madurez de este joven cineasta es una de las pocas películas peruanas de reciente factura que merece verse. El discurso ideológico que sustenta al guión, la abigarrada imagen visual que nos da de la Lima actual -la de las capas medias empobrecidas o la de las capas pobres que pretenden arribar a mejores condiciones de vida-, el papel de la religiosidad popular en la conformación del ideario que da sustento a los mecanismos de poder de hoy en nuestro país, la reveladora distinción entre los papeles que la sociedad peruana otorga a hombres y mujeres, son argumento suficiente para no perdérsela.

Tres hombres, Gamarra, Félix y Narciso, muestran las dificultades de la masculinidad en el imaginario popular peruano. Sus destinos, cuyas raíces y soluciones los personajes ignoran en todo momento además de no planteárselos como problema a ser resuelto, se verán fundidos en el día final que muestra el clímax de la película. Así, bajo los acordes del Adagio de Albinoni, la secuencia final muestra los límites que tienen para dar respuesta al momento en que sus destinos se encuentran, secuencia tumultuosa como un combate entre barras bravas o como la participación en una procesión como las que ocurren en Octubre en Lima: 

Gamarra, un policía encubierto, acude ante la efigie del Señor de los Milagros con el cuerpo moribundo de su esposa, luego de ser estafado por unos cambistas que le impiden conseguir el dinero suficiente para el trasplante medular que ella requiere para curar una enfermedad que nunca sabemos cuál es y luego de enterarse que la donante -la hermana alcohólica de su esposa- se ha suicidado para negarles en un acto final de venganza contra ambos la posibilidad del trasplante, aparece -repito- ante la efigie esperando lo último que le queda, que ésta se apiade del inmenso dolor que la pareja sufre y cure milagrosamente a su mujer. 

Félix, un chofer interprovincial que carga con la culpa insoportable de haber sido responsable de la muerte de siete personas al haber bebido antes de embarcarse en el fatídico viaje, pretende redimirse -luego de ser abandonado por su esposa y de ser salvado del suicidio por una mujer miembro de la hermandad del Señor de los Milagros- buscando ser aceptado en una cuadrilla de aquella, aunque para conseguirlo emplee cualquier medio, incluso el formar parte de una banda encargada de falsificar dólares y aunque los miembros de esta hermandad le nieguen la redención que buscaba al negarse a aceptarlo debido a la gravedad de su pecado y a pesar de los sacrificios a los que se obliga o de la anónima colaboración que hace con el dinero que obtiene de las estafas para que la hermandad consiga el costoso pendón que se habían comprometido en entregar como ofrenda al Señor de los Milagros. 

Finalmente Narciso, líder de una barra brava, la de los Húsares, muestra la serie de errores que comete al pretender mantener su liderazgo: su hermano está preso por haber causado un desafortunado accidente a un peatón mientras escapaba de una barra enemiga, pierde a un "hermano" de su grupo al ser liquidado en el intento de recuperar una bandera robada, participa como vendedor de los dólares falsos que fábrica Félix con la finalidad de conseguir un abogado que libere a su hermano de ir a Lurigancho y finalmente resulta asesinado por El Zorro, el rival con el que se disputa el liderazgo de la barra, al aceptar su ayuda en el enfrentamiento final con la banda enemiga y que curiosamente vemos que en la película éste coincide con la salida de la procesión a las calles de Lima. 

La película, desde un punto de vista psicopatológico, coloca en un mismo nivel las creencias de estos personajes. Siendo ideas sobrevaloradas sustentan la ideología de  todos ellos ante el conflicto en el que cada uno se encuentra, siendo así que la solución que cada uno enfrenta resulta siendo desesperanzadora, tal vez por el hecho de no basarse ni en la racionalidad ni en la canalización de los afectos en un propósito que permita construir una identidad mejor a la previa. Sabremos así que Gamarra no recibirá el ansiado milagro, que Félix será aceptado en la Hermandad por la piedad de sus cofrades y que sólo en su imaginación creerá que ha pagado sus errores, que la confraternidad que Narciso creía encontrar en la barra brava es una falsedad demostrada in extremis por su asesino. Ninguno logrará redimirse si para conseguirlo mantienen la estructura ideológica en la que basan sus acciones, aquellas que producen un sentimiento de frustración no sólo en los personajes sino en quien observa la película, pues los personajes no son conscientes en momento alguno de los motivos que perfilan sus ideas con respecto a la vida. Tal vez sea esta razón, su descarnada ignorancia ante los hechos con que el mundo los reta, la que nos hace compadecernos de ellos y de su dolor.

Una nota aparte se merece el papel que en la película trasuntan las mujeres: críticas con el ejercicio de la masculinidad, demuestran que lo único que tienen para intervenir en los fragores de la acción social es la entrega de su cuerpo o su negativa a ofrecerlo a los hombres. Vemos lo primero en la relación que tiene Félix con su esposa o Narciso con su madre, lo segundo en la escena proverbial en que la esposa enferma le ofrece su cuerpo desnudo y estragado por el dolor físico y moral a Gamarra comparándolo con el de la jovencita que lo ha ayudado en una pollada a conseguir dinero para su cirugía y que se le insinúa en esa actividad en un contorneo de notoria sensualidad. 

No obstante, la película no pierde valor si su intención es mostrar aquello que no debemos hacer, confiar en la ideología para resolver los conflictos humanos. Tampoco, por supuesto, si observamos las indudables cualidades estéticas que Federico de Cárdenas ya nos ha explicado en un reciente artículo (ver http://www.larepublica.pe/27-10-2013/cine-el-evangelio-de-la-carne), al permitirnos entrar en esos universos visuales a los que no tenemos acceso, los de las barras bravas, los de la Hermandad del Señor de los Milagros, los de unos traficantes de órganos que no se atreven a desollar a un hombre tatuado con la efigie del Cristo moreno, los de los falsificadores de moneda, con toda la luminosa aproximación que Mendoza de Echave nos ha ofrecido en esta valiosa película.

Guillermo Ladd