"Todavía no me hago a la idea. Esto es increíble
Me he perdido los mejores años de mi hija...
y eso no se paga ni con el dinero ni con la cárcel"
Elvira, madre de una de las niñas robadas por sor María.
Sor María Gómez Valbuena, es una monja octogenaria a quien no le gusta hablar cuando se encuentra en presencia de un fiscal o ante el acoso de la prensa española, que como toda encuentra su material de trabajo en las miserias humanas. Sor María sabe que es preferible mantener el silencio pues cualquier palabra podrá ser usada en su contra. Es que a ella, luego de muchos años de diligente trabajo de ser como el dios en quien dice creer, le ha llegado la hora de responderle a la justicia de los simples mortales españoles por el sonado caso de los niños robados a sus madres y dados en adopción.
Cuál es la historia de este hecho? Remontémonos 40 años atrás, en las postrimerías del franquismo, cuando el poder de la iglesia española era inconmensurable en relación con el limitado que ahora posee (no han podido evitar la ley Rodríquez Zapatero, una ley de avanzada en materia de regulación del aborto). La religiosa trabajaba como Asistenta Social en la ahora desaparecida clínica Santa Cristina de Madrid, en cuya maternidad tenía el piadoso trabajo de ayudar a las madres solteras que habían quedado embarazadas. Durante todo el tiempo que laboró en la clínica su modus operandi fue el mismo. Diligentemente se encargaba de publicitar en la prensa madrileña la caritativa ayuda que recibirían las mujeres que se encontraran en la penosa circunstancia de tener que criar a un hijo a solas pues el irresponsable hombre que las habían dejado en esa penosa condición tomaban las de villadiego. Tras esto la muchacha ingenua, que fue el perfil de la mayoría de las víctimas, era sometida a una adoctrinación que tenía muy poco de cristiano, pues se les decía que no eran merecedoras de cuidar el hijo que iban a parir y que para ahorrarles los sufrimientos a esas pobres criaturas lo sensato sería entregarlos a familias cristianas que le darían lo que ellas no. Se les brindaba toda la ayuda necesaria para que el parto fuera lo más seguro, con la participación de un grupo de médicos católicos que ahora, como se desprende de las investigaciones de la fiscalía española, parecen haber olvidado a la monja y a las mujeres. De paso, carentes de recursos como eran se les hacía sentir que tenían una deuda inconmensurable con sor María -otro elemento que aumentaba los sentimientos culposos que ya el embarazo suponía. Mientras tanto la labor de determinar a qué familia sería adjudicado cada niño por nacer era parte de un severo escrutinio de sor María, dónde trabajaba el padre, cuán católica era la familia que recibiría al niño, cuán gruesa era la billetera del futuro padre que sor María se encargaría de designar.
La Fiscalía de Madrid la llamó como imputada recientemente. Sor María Gómez Valbuena acudió, pero se negó a declarar. El caso que ha llevado a la fiscalía a denunciarla finalmente por detención ilegal es el de María Luisa Torres, que dio a luz a su hija Pilar en la clínica Santa Cristina de Madrid en marzo de 1982.
“Hubo momentos que pensé ‘con la Iglesia hemos topado’ y me dio miedo pensar que nadie iba a atreverse a acusar a una monja, que eran intocables. Pero al final, la verdad prevalece y durante el juicio se demostrará que sor María Gómez Valbuena me robó a mi hija”.
En 1981, se había separado de su marido, con el que tenía una niña de dos años, y poco después había conocido a otro hombre, con el que inició una nueva relación. Se quedó embarazada y él no quiso saber nada. Angustiada, vio en una revista un anuncio en el que sor María Gómez Valbuena, encargada de la asistencia social en la maternidad de Santa Cristina, se ofrecía a ayudar a madres solteras, y fue a verla. La monja le dijo que disponía de unas guarderías donde podría dejar a la niña, e ir a visitarla cuando quisiera hasta que hubiera resuelto sus problemas económicos y pudieran vivir juntas. María Luisa la creyó.
El 31 de marzo de 1982, se puso de parto. Cuenta que la sedaron y que, cuando despertó y preguntó por su hija, Sor María le dijo, primero, que había muerto, y después, que iban a darla en adopción y que si decía algo, la denunciaría por adulterio y le quitarían a su otra hija también. María Luisa, que desconocía que tal cosa no era posible porque el adulterio no era delito, se asustó y volvió a casa sin su bebé.
Aquella niña, Pilar, fue dada en adopción a un matrimonio que no podía tener hijos. El padre adoptivo, Alejandro Alcalde, cuenta que antes de entregarles al bebé, sor María les sometió a un concienzudo interrogatorio sobre sus bienes y grado de religiosidad. Y que les hizo pagar una cantidad de dinero en concepto de gastos de estancia de la madre soltera en una pensión de Arturo Soria, cuyos recibos aún conserva, para desgracia de la monja.
Hace diez años, Pilar, a la que sus padres adoptivos contaron muy pronto que la habían adoptado, comenzó a obsesionarse con la idea de conocer a su madre biológica. Su padre adoptivo decidió ayudarla, reaccionando de forma contraria a la de muchos padres adoptivos que suelen mostrarse reticentes a que sus hijos conozcan a su familia biológica por miedo a ser abandonados. Alejandro Alcalde no tuvo ese miedo. Contrató a detectives y abogados, habló con monjas, investigó todo lo que pudo, hasta que un programa de televisión, El diario, de Antena 3, encontró a María Luisa. Las pruebas de ADN confirmaron que eran madre e hija.
Desde entonces una retahila de denuncias se han ido dando semanalmente: varias de ellas confirman la relación sanguínea entre el hijo y la madre putativa. Los crímenes suman ahora decenas -aunque también algunas denuncias han resultado ser equívocos- pero el malvado accionar de la monja que quería ser dios decidiendo dónde habría de criarse un niño producto de la concupiscencia de sus padres ha despertado una paranoia en cientos de madres que quieren explicar las muertes al nacer de sus hijos con los secuestros que esta monja organizaba.
Las investigaciones permiten suponer hasta el momento que la religiosa católica no actuó sola, que otras "hermanas" en el delito participaron, ocultaron la información que sabían recomendadas por sus superiores, o no hicieron las denuncias respectivas. Y la red que había armado incluía a médicos y representantes policiales o judiciales del franquismo.
Qué habría estado ocurriendo en la mente de sor María y en las de los miembros de su organización delictiva. Mi hipótesis supone un desprecio por el dolor humano y una total ausencia de una virtud de la que parecen jactarse muchos católicos, sin poseerla en lo más mínimo como esta inicua mujer demuestra: la caridad, cuando menos en ellos, es una palabra hueca, carente de sentido.
Guillermo Ladd