No ha de pasar mucho tiempo en que mi nieta, aún pequeña, preguntará y con sus cuestionamientos me avergonzará de mis propias contradicciones como humano. Es algo para lo cual vengo preparándome. Y aunque sé que serán menos las certezas que las incertidumbres que encontrará en lo que le diga, tengo la impresión de que es mejor así antes que llenarme la boca con falsas certezas o con una serie de engaños deliberados, aunque sean bajo la forma de una mentira blanca que al único que podrían tranquilizar sería a mí. Le dejaré las mismas preguntas que mi abuelo y mi padre me dejaron y que tampoco supieron responder cuando yo, siendo niño, los emplacé a que contestaran. ¿De dónde somos? ¿A dónde vamos? ¿Para qué vivimos? ¿Por qué nos afanamos en querer vivir más si no tenemos respuestas a las tres preguntas anteriores? O las que, cuando crecí y viví lo que ellos ya no pudieron evitarme como sufrimiento, traje conmigo bajo la guisa de otras preguntas, las que se hace uno cuando le ha tocado el dolor de vivir ¿Por qué existe el mal encarnado en otros hombres iguales a nosotros? ¿Por qué amar no es suficiente para conseguir la concordia entre los miembros de nuestra especie? ¿Por qué el enamorarnos está basado en esta suerte de autoengaño al que cerebro y genes nos exponen con inusitada crueldad? ¿Por qué asumimos, debido a nuestra impotencia ante lo despiadado del universo, que es un dios quien lo ha creado, un dios a quien no le importa nada lo que nos ocurre?
No le mentiré entonces, aunque mi excesiva sinceridad pudiera trasuntar el inicio de la ansiedad en su vida. Y no le mentiré porque estoy convencido de que las respuestas que le han de ofrecer personas que nunca la querrán como yo, sólo buscarán adormecer su conciencia haciéndole creer que buscar más respuestas es inútil, pues ellos ya las tienen todas consigo bajo la forma de una doctrina o un dogma. No, María Paula. No te fíes nunca de las respuestas fáciles. No te fíes de quien no busca más respuesta que las que le han sido dadas por una especie de cenáculo que se impone al resto de la humanidad, en un arrebato de conocimiento nunca comprobable pues sólo es producto de un magín exacerbado. No creas en quien dice tener las respuestas a todo, es alguien que se engaña y que no puede estar solo en ese engaño, requiere de compañía…niégate a acompañarlo. Dile, como Machado "¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". Pues esa actitud que nos sugiere el poeta es la única válida en este mundo incierto en el que siempre habrá un hambre interminable por respuestas y un millón de generosos proveedores dispuestos a saciarla.
Estos días, por ejemplo, son la expresión de un gran engaño colectivo. Todo en las festividades de Navidad es falso, excepto por supuesto el hecho natural del nacimiento de un niño, al que se le ha llamado Jesús. La fecha, el lugar, la maternidad inmaculada de María, la paternidad putativa de José, el pesebre con el buey y el burro calentándolo, la imposible estrella de Belén, la adoración de los Reyes efectuada años después del nacimiento, la masacre de los inocentes perpetrada también corridos los años, todo no es sino un hermoso cuento que ha ido construyéndose con el paso de los tiempos. Un cuento creado por una institución vigilante de las vidas de los seres humanos, quienes no tienen sino una moral y un sentido vital que ésta querrá siempre imponer por la fuerza, como antaño, o por la componenda como hoy.
Una entrañable amiga mía, me define como un aguafiestas, es decir aquella persona que turba cualquier diversión o regocijo. No pude desmentirla, lo soy. Cuando veo a mis familiares, a mis amigos, a buena parte del mundo, afanosos por esta celebración siento las ganas de unirme a ellos y compartir en mi mente el mismo cuento dichoso que habla de las maravillas de un ser humano nacido bajo circunstancias tan excepcionales como imposibles, y por breves momentos, bajo el efecto del amor expresado en los regalos que recibo, de la conmoción que producen en mí las canciones y villancicos que conmemoran el hecho, de la champaña, de los cohetes que revientan fervorosos en mis oídos, logro entender porqué las personas evitan encontrarle un significado ulterior a toda ésta ilusa parafernalia. Es preferible contar con un día cuando menos al año en el que creamos que existe la felicidad en el mundo, aunque realmente no exista salvo en brevísimos momentos; en el que los hombres somos por un instante hermanos uno del otro, aunque luego nos matemos sin misericordia por lo estrecho de los recursos que nos disputamos; en el que un dios inexistente se compadece de nosotros y nos hace creer que le importamos. Es preferible el sentido de este cuento que recordamos cada año a tener nada, dicen sin expresarlo nunca todos ellos, mis familiares, mis amigos, buena parte del mundo. Y, aunque nunca me burlo de ellos, trato de parecerles interesado en lo que celebran aunque no lo comparta. Preferiría que fuera real todo aquello que ellos sueñan en su dulce cuento; lo preferiría porque al día siguiente veo con triste sorpresa que el cuento lo han olvidado y vuelven a las sombras de sus vidas cotidianas, en donde el amor o no existe o sólo es el interés de una cuenta a pagar. Total, el niño ya nació y no queda nada más por celebrar.
Cabe recordar además que el 25 de diciembre correspondía antiguamente a la festividad romana de Saturno; fue recién en el año 350 que el papa Julio I instauró la celebración del nacimiento de Cristo en aquella fecha (como dato curioso, la navidad fue rechazada por algunas iglesias reformantes, llegando a ser prohibida en algunos estados de la Nueva Inglaterra en algún momento del siglo XVII). Pero el cuestionar sus orígenes no tendría por qué ser motivo para objetar una celebración que al fin y al cabo, propicia sentimientos positivos en muchas personas. Bienvenida sea pues la navidad, manteniendo -eso sí- al margen a quienes claman desde sus púlpitos por "el verdadero sentido de la navidad" (para arriar a las ovejas al redil), pero también a aquellos que han convertido aquella fecha nada más que en una competencia mercantilista por dar el regalo más costoso, para desgracia de nuestra economía.
ResponderEliminar