Si bien es cierto la propuesta de referéndum fue planteada desde la extrema derecha por el Partido Popular de Suiza (UDC-SVP) -el más votado con el 29% votos en las elecciones federales pasadas y que ahora ha conseguido convencer al 57% de la población suiza de éste despropósito-, los adherentes se han desplegado desde el feminismo hasta la izquierda suiza, con la solitaria oposición del partido verde.
La situación no es nueva en Europa, ni está circunscrita a la neutral Suiza. Las protestas contra la apertura de mezquitas se han sucedido en distintas ciudades europeas, como Londres, Colonia o Sevilla. La extrema derecha de Bélgica, Holanda y Dinamarca ha anunciado que hará campaña para que la prohibición se implante en sus respectivos países. "Se trata", según ha declarado a Le Monde el diputado del partido belga Vlaams Belang de enviar a los musulmanes "una señal de que deben adaptarse a nuestra manera de vivir y no a la inversa" Mientras, en Holanda el líder populista Geert Wilders ha declarado "Por primera vez en Europa, la gente ha expresado su rechazo a una forma de islamización...Lo que ha sido posible en Suiza, tiene que serlo también en Holanda" (Le Monde 1.12.2009)
Esa idea de asimilación cultural subyace en la prohibición del burka o del velo islámico -de reciente discusión en Francia- pero, mientras que en la cuestión de la vestimenta sus detractores esgrimían la defensa de otros bienes jurídicos como la libertad de elección de la mujer, el caso de los alminares sólo ha sido defendido con argumentos de recelo y defensa de la identidad cultural.
La prohibición de más alminares va más allá de la supresión de un motivo arquitectónico. En realidad estas torres no son un requisito para la práctica del islam. Su ausencia no afecta a los creyentes, que pueden rezar igualmente sin ellos. La mayoría de las mezquitas en Europa no tienen alminares o tienen uno de poca altura. Las razones son diversas. En algunas ocasiones porque se han abierto en edificios preexistentes, en otras porque las autoridades han limitado la altura de las torres (recordemos a la demócrata cristiana Angela Merkel que para resolver la decisión de autorizar la construcción de una mezquita en Colonia, lo permitió bajo la justa condición de que sus alminares no rebasaran la altura de las principales cúpulas cristianas que ostenta esta ciudad). En las pocas que cuentan con él no se usa para la llamada a la oración, común en los países de mayoría islámica. El alminar, sin embargo, ha sido siempre el signo más distintivo de la presencia y pujanza islámica. El antropólogo Jordi Moreras cree que a diferencia de otros símbolos de la fe islámica en Europa, los minaretes reflejan el carácter perenne de la comunidad islámica. Para El País (2.12.2009)"El rápido cambio demográfico está detrás de los recelos. Muchos barrios europeos han experimentado en muy poco tiempo una transformación radical en su paisaje humano y arquitectónico. En algunas ciudades los inmigrantes constituyen cerca del 30% de la población. Las encuestas revelan que el 57% de los europeos opina que en su país "hay demasiados extranjeros". Y ante ese panorama, algunos líderes de opinión se han dedicado a agitar los miedos. Sus predicciones exageradas afirman que la población musulmana será mayoritaria en pocas generaciones debido a las altas tasas de inmigración y fertilidad. No obstante las predicciones más pesimistas hablan de que para 2025 la proporción musulmán en Europa no llegaría al 8% de la población total.
No nos extrañe la actitud de estos ciudadanos europeos temerosos de la pérdida de ésta, su cuestionable identidad; no reconocer al otro como igual es una actitud bastante propia de ideologías dotadas de una buena dosis de paranoia y de ésta no nos protegen ni el secularismo ni el progresismo de izquierdas como Suiza nos lo demuestra con meridiana claridad. Buena muestra de esta intolerancia hacia el diferente los musulmanes ya la tienen en sus países contra quienes no comulgan con sus creencias religiosas, de tal manera que el referéndum suizo no es sino una islamización a la inversa, e indudablemente una hecha con lo peor del Islam. Los occidentales, fuera de toda racionalidad, actúan como su contraparte musulmana negándoles a ellos la expresión de su religión a través de esta absurda negativa. Las noticias que siguen llegando sostienen que ésta actitud proseguirá en otras urbes europeas; Colonia, Sevilla, Holanda seguirán por el mismo camino abierto por el absurdo referéndum. Y después Occidente se queja de los actos insanos que los adeptos del Islam practican.
Guillermo Ladd
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