martes, 25 de agosto de 2009

Mujeres del Islam


















Kartika Seri Dewi Sukarno


Lubna Ahmed al Husein


Dos mujeres comunes, su identidad conocida ahora públicamente, debido a que están acusadas por pecadoras. Una, descubierta durante el hecho "abyecto" de tomarse una cerveza, la otra complotando con otras 10 amigas contra el deseo masculino usando una prenda "execrable", un pantalón. (Ver, para más información, El País http://www.elpais.com/articulo/internacional/Pospuestos/despues/Ramadan/azotes/modelo/malaisia/beber/cerveza/elpepuint/20090824elpepuint_9/Tes y http://www.elpais.com/articulo/internacional/rebelion/sudanesa/ley/le/castiga/vestir/pantalon/elpepuint/20090729elpepuint_5/Tes). La primera, Kartika, vive en Malasia; la segunda, Lubna, en Sudán. Ambas tienen en común la religión, el Islam, y el castigo a recibir: Kartika, 6 latigazos en público, mientras Lubna 40. Nos preguntamos, qué establece la Sharía o ley islámica? o más precisamente, cuáles son los criterios empleados por los egregios jueces que las juzgaron basándose en ella, para determinar un castigo por un pecado tazir (es decir, no mencionado expresamente en el Corán, en oposición a los pecados hudud, sí mencionados)? Lo más interesante son los detalles para la aplicación del castigo, pues se especifica el grosor del látigo (nunca más grueso que un meñique femenino) y la altura máxima a la que el flagelador puede alzar el brazo antes de imprimir el golpe (es necesaria cierta delicadeza para con una mujer aún para azotarla se dirán).

La situación de estas mujeres es una buena excusa para referirnos a la condición de la mujer en el Islam. Éste ha sido siempre un tema controversial, pues para muchos, al ser expresión del dominio masculino sobre el cuerpo de la mujer, se ha pretendido validarlo recurriéndose incluso a una falsificada justificación coránica. Pareciera más bien que fuera la concepción Jahiliyya del mundo (es decir pre-coránica, con el rol de prostración moral y social en el que se encontraba la mujer) la que pretendiera mantenerse hasta la actualidad en contradicción con el evidente rol modernizante que trajo Mahoma a la sociedad de sus tiempos. Unos versos de las escrituras coránicas son citadas como el fundamento doctrinario para el control de la sexualidad femenina:
"Esposas del Profeta, no sóis como otras mujeres. Si habéis de cumplir vuestro deber, entonces no seáis ligeras al hablar...Y quedaos en vuestras casas sin mostrar vuestra belleza, expresión de la ignorancia de antaño" (33:32-33). Pero los exégetas son claros, los versos se refieren a las propias esposas del profeta (se dice que tuvo 13) y no a las mujeres en general. Al respecto, un artículo de Cheryl Benard (2004) publicado en el Christian Science Monitor (http://www.csmonitor.com/2004/0105/p09s01-coop.htm?print=true) subraya que el pensamiento de Mahoma se encontraba alejado de proponer la segregación sexual actual: el profeta, como se sabe, gozaba con la compañia de mujeres, buscaba su consejo, las nombró en puestos administrativos importantes e hizo de muchas de ellas autoridades a ser consultadas tras su muerte en caso de interpretación del Islam, alguna de ellas actuando inclusive como imam, en un tiempo en que era permitida la presencia simultánea de hombres y mujeres en una mezquita. Esa situación, pocas veces alcanzada por la mujer en otros credos religiosos, no había de durar mucho pues a la muerte de Mahoma sus sucesores, los califas, carentes de su brillo intelectual y sin la luz de más revelaciones (que murieron con el profeta) no pudieron impedir la erosión paulatina en los derechos de la mujer en los siglos sucesivos hasta devenir en la penosa situación de hoy.

Haifaa Jawad (1998) en su libro "The rights of women in Islam. An authentic approach" menciona con desazón al respecto: "...Matrimonios forzados, divorcios arbitrarios, mutilaciones femeninas y otros abusos son tristemente comunes en el mundo musulmán como lo son las restricciones en la educación de la mujer y su rol como fuerza de trabajo" (pp 15) como condiciones actuales que pintan claramente la situación actual de la mujer islámica.

Una explicación plausible de porqué el hombre musulmán da a la mujer este trato a pesar de las evidencias históricas y doctrinarias la da Daniel Pipes, experto sobre Oriente Medio: «en la visión islámica…la sexualidad de la mujer se cree que es tan poderosa que constituye un peligro real para la sociedad». Por tanto, las hembras licenciosas constituyen «el desafío más peligroso a que se enfrentan los hombres que intentan cumplir los mandatos de Dios». Combinados, «los deseos de las hembras y su irresistible atractivo les da a las mujeres un poder sobre los hombres que rivaliza con el de Dios» «Dejados a su capricho», continúa Pipes, «los hombres podrían muy bien caer víctimas de las mujeres y abandonar a Dios», dando lugar a desórdenes civiles entre los creyentes. En el pensamiento tradicional, señala Pipes, las mujeres constituyen una amenaza interna a la sociedad islámica semejante a la externa representada por el infiel (In the Path of God: Islam and Political Power, (NY: Basic Books, 1983), p.177).

Adquieren entonces, bajo esta luz, claridad las conductas masculinas: hay un enorme hijab y no solo ante el cuerpo de la mujer sino en la conciencia colectiva de la sociedad islámica. Recordemos que la shari'a, propone elementos físicos (velo, cortina es la acepción más reconocida de hijab) que separen a la mujer de la vista masculina. Lo lamentable son los extremos a los que son capaces de llegar los más fanáticos: la burqa, esa vergonzosa vestimenta aún usada en el Afganistán de hoy, que no permite la exhibición de la más mínima porción de piel femenina, se acompaña de una demanda masculina para su cumplimiento fiel; se han reportado agresiones contra las mujeres que han incumplido esta observancia, contándose de algunos extremistas que les han arrojado ácido en el rostro o las han dejado ciegas. En Arabia Saudita el testimonio de un hombre bajo la shari'a vale el de 2 mujeres (!), el analfabetismo femenino llega a ser del 50% de la población. Egipto, Marruecos, Jordania y Arabia Saudita tienen leyes que establecen que la herencia de una mujer debe ser menor que la de sus hermanos varones (usualmente alrededor de la mitad del monto). Las leyes marroquíes excusan el asesinato o la injuria de una esposa que es sorprendida en el acto de cometer adulterio; sin embargo, se castiga a las mujeres que agreden a sus maridos en las mismas circunstancias. Las mujeres sauditas no pueden casarse con no sauditas sin permiso del gobierno (que rara vez se otorga); les está prohibido conducir vehículos de motor o bicicletas; no pueden usar instalaciones sanitarias públicas cuando los hombres están presentes; y están obligadas a sentarse en la parte trasera de los autobuses públicos, segregadas de los hombres. En la Universidad Rey Saud de Riyadh, los profesores imparten clases a aulas de hombres mientras las mujeres las siguen vía televisión de circuito cerrado desde aulas distantes sólo para mujeres. Las mujeres deben cubrirse todo el cuerpo y la cara en público, y las que no lo hagan están sujetas a hostigamiento físico de parte de la policía religiosa saudita, conocida como la Mutaaw’in.

Quedan claros por tanto los resortes psicológicos que motivan en los hombres musulmanes esta irracional actitud: el deseo masculino es culpa de la mujer y es a ella a la que se debe contener. Sin embargo, estos hombres despiadados y la burocracia religiosa que convalida sus conductas han olvidado sus raíces fundacionales expresadas en un verso sencillo del Corán, que menciona en su simplicidad la manera cómo los seres humanos podrían hacer frente a sus tentaciones sexuales: "Decidle a los hombres creyentes que bajen la mirada, y decidle a las mujeres creyentes que bajen la mirada" (24:30-31) Esta admonición es una apelación sensata a la modestia del creyente ante los requerimientos de la inescapable sexualidad. La denuncia en todos los foros posibles de la coartación de los derechos femeninos, no obstante, sabemos que será lo único que podrá corregir este engendro ideológico. Demos por tanto nuestro apoyo a Kartika y Lubna, quienes resisten a pie firme los embates de la religiosidad islámica.

Guillermo Ladd

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