domingo, 2 de marzo de 2014

Sarita Colonia, raíces de su culto. En el centenario de su nacimiento.


Ayer fue motivo de celebración para los que saben de ella y la veneran. Sarita Colonia (SC) nacía cien años atrás, en la ciudad de Belén en Huaraz, hija de un carpintero humilde: las coincidencias con Cristo como se verá no son gratuitas. Su mausoleo, ubicado en el viejo cementerio Baquíjano del Callao, estuvo ayer rebosante de un mar humano de procedencia humilde, que repartía entre los concurrentes, panes, mangos, caramelos, platos de carapulcra o lo que se hubiera querido buenamente llevar para compartir con los demás, en un despliegue de caridad que pocas veces puede verse en la religión oficial, aquella que le ha negado a sus devotos la categoría de santa a Sarita, magnífico favor recibido, por cierto.

El estudio de su culto adquiere importancia cuando queremos entender las estructuras mentales que movilizan a las clases populares en cuanto a su identificación con un proceso religioso que les permita tener un sentido de pertenencia a alguna estructura social sea o no a través de alguna denominación religiosa  o cuando pretendemos averiguar de qué elementos cognitivos, sociales o incluso políticos consta el interesante fenómeno de la religiosidad. 
Lamentablemente, desde un punto de vista histórico
es imposible obtener documentación alguna que nos permita entender los
recodos por los que transitó la biografía de SC: sólo existen la modesta foto familiar realizada antes de que la familia regresara a Huaraz debido a la enfermedad final de la madre de Sarita, en donde ella aparece con el rostro adolescente que servirá de modelo de todas sus posteriores reproducciones gráficas y el acta de defunción que menciona la causa de su muerte, paludismo. Sólo el testimonio oral, proveniente de los allegados suyos y cierta mitología popular que pretende explicar algunos detalles desconocidos de su vida e inclusive de los pormenores de su muerte, son los únicos elementos sobre los cuales se puede pergeñar un esbozo de quién fue ella.

Dos sustratos culturales pueden emplearse por lo tanto para intentar una explicación del culto: el análisis de algunos mitos de los que se buscará encontrar cuánto asiento tienen en la realidad y el análisis de la evidente modificación que su imagen ha sufrido con el correr de los años. 

Al respecto de los mitos que existen alrededor de su vida parecen algunos haberse concebido con el propósito de superar esa valla que el catolicismo ha impuesto para decretar la santidad de alguien, es decir la probada referencia a dos milagros que el/la aspirante a santo/a haya efectuado en vida, mientras que otros parecieran querer incidir en la vida no solo orientada a la bondad de Sarita sino a la pureza de la misma, es decir mitos que están referidos a una existencia libre de los imponderables de la sexualidad. 

Se cuenta así, refiriéndonos a lo primero, que tras la captura del bandolero Luis Pardo, un 7 de julio de 1921, cuando a la sazón SC tenía siete años, se acercó al envanecido comisario que resultaría siendo compadre del finado a quien había capturado, y le dijo "usted ya no esta detrás de usted, no hay nadie detrás de sus ojos, resulta que ya no lo veo, señor comisario", y siete días después a las 7 de la noche el comisario caería muerto por causas naturales. La reiterada mención al número 7 ya hacen sospechoso el supuesto primer milagro de Sarita, mientras que por otra parte no existe documentación alguna que pruebe su presencia durante ese hecho relevante de la historia de Huaraz.
Su hermano Hipólito refiere por su parte, en otra ocasión, la milagrosa aparición de un hombre rubio y fornido que habría salvado a SC de morir ahogada en un río y quien luego le habría dicho que aún no era hora de su muerte puesto que su padre, Dios, le tenía aún encomendada otras tareas. Otra hermana de SC desmiente a Hipólito y argumenta que la edad provecta de su hermano le hace contar este tipo de historias. De esta manera la pretensión de incorporar a SC al santoral católico ha fracasado, el esfuerzo de sus adeptos no ha podido trasponer el obstáculo impuesto por el oficialismo, situación que, no obstante, le ha permitido masificar su culto desde los años 70 en adelante.

Respecto de lo segundo, la supuesta vida virginal de SC, una sabrosa historia contada por una prostituta a Fernando Ampuero y que éste publicara en Caretas es muy reveladora: "Un día la santita iba caminando por una callejuela del Callao, cuando le salieron por delante unos hombres. Querían robarle y le revisaron los bolsillos. No encontrando nada de valor, decidieron violarla. Ella no se resistió; les dejó que rompan su vestido y la tumben al suelo. Pero cuando esos hombres abrieron sus piernitas, no les quedó más remedio que persignarse. El sexo había desaparecido. No tenía nada entre las piernas: era como un codo. Nada". Otro final de esta leyenda afirma que, desesperada ante la posibilidad de perder su honra, se arrojó a la mar brava de los barracones del Callao, muriendo en el acto. Ambos relatos son falsos, el primero por su práctica imposibilidad (a no ser que hablemos de una agenesia vaginal), habiéndose el último fabricado a partir de un hecho real ocurrido años antes con otra persona. Lo interesante en ambos es el cariz asexuado que pretende dársele a la intimidad de SC aunque fueran las prostitutas uno de los primeros gremios, además de estibadores y delincuentes, quienes dieran impulso a la aparición del culto como a la supuesta fabricación de este relato. La pretendida asexualidad de SC aparentemente sería una derivación católica que el sincretismo popular ha asumido como consideración necesaria para calificar como santo a alguien. De algún elemento tradicional se ha de valer la religiosidad popular para la creación de sus modelos de santos, éste, el de la asexualidad revela su cariz anacrónico al asemejarse a uno de los valores que se le atribuyen, por ejemplo, a la virgen María en el catolicismo.

El otro sustrato cultural del culto a SC es el que tiene que ver con la transformación de su imagen visual desde la única fotografía que se conserva de ella. La apariencia puberal que en ella se nos muestra, no dotada aún de caracteres sexuales tales como la turgencia de las formas, es explicable puesto que SC tenía 12 años cuando la foto se tomó en Lima, en un viejo estudio fotográfico al costado del Congreso de la República. Conforme el culto va desarrollándose, se la dota de una serie de añadidos que en primer término la hacen parecer cada vez más y más adulta. Su rostro se alarga a la manera 

de alguna madonna renacentista o para no ir más lejos para asemejarla a alguna damita criolla de fines del
siglo pasado. Su vestido comienza a adquirir unas blondas que la hacen lucir más coqueta, aunado al sutil parentesco con Santa Rosa que va a ir asumiendo cuando se añada al ícono un ramo de rosas bordeando el extremo inferior de la foto, aquello en lo que algunos han supuesto ver en la voluta de los pétalos una insinuante sexualidad. Un añadido ulterior, el engrosamiento y la vivacidad en el color de los labios parece corroborar esta hipótesis. Por cierto, este proceso plástico se ha obtenido paulatinamente durante los últimos 40 años como puede apreciarse en la figura que se encuentra en su mausoleo la que partiendo de la fotografía original nos permite apreciar las evidentes diferencias que separan una de la otra.

Qué puede estar representando esta modificación de la representación visual de SC en la mentalidad del poblador que se involucra en la adoración de su imagen? Arriesgando una hipótesis, pareciera que su transformación está destinada a hacer su imagen más aceptable para aquellos sectores sociales que han impuesto su patrón de lo que es la belleza, buscando la integración -imposible hasta ahora- de la estética de estos sectores populares con la estética dominante. No todo en la religiosidad resulta en una relación entre la figura religiosa y quien la adoraría, hay -y esta metamorfosis de SC así lo demuestra- otros factores que merecerían una mayor atención por quienes estudian el fenómeno religioso.

Lo que parece cierto, cuando nos centramos en el análisis de la vida cotidiana de Sarita Colonia, es que ésta discurrió como la de millones de seres humanos, sin hito alguno de relevancia que suponga alguna modificación trascendente en el modo de vivir la vida. El testimonio de sus allegados habla de su natural dulzura, de la amable resignación con la que vivía sus obligaciones, de su generosa conmiseración con las carencias y dificultades de los demás. No hay nada, por tanto, que nos permita suponer siquiera el atisbo de algún hecho milagroso. La pobreza familiar, el desarraigo al que tuvo que enfrentarse al migrar a Lima, la frustración de verse negada a la educación para velar por sus hermanos menores tras la muerte de su madre y su madrastra, su trajinar por múltiples oficios que como migrante se vio en la necesidad de efectuar para sobrevivir, desde empleada doméstica a vendedora de pescado, su muerte absurda por una enfermedad tratable- aunque sus hermanos argumenten que murió por una sobredosis de aceite de ricino, insinuando sin proponérselo su suicidio accidental- conforman como experiencias el destino común que comparte con tantos migrantes pobres que llegan a Lima.  

Tal vez sea esta historia en común, lo que permite la identificación de grandes sectores de la población provinciana con SC y el heroísmo o santidad que pretende colectivamente infundírsele a su vida. Resulta así que SC no es sólo un recuerdo de cómo la vida del migrante pobre se resolvió durante la segunda mitad del siglo XX, es además expresión fiel de la necesidad de santificar aquello que carece de reconocimiento por parte del discurso dominante que tiende a no otorgarle valor a estas vidas, tan sólo en apariencia vacías o carentes del pathos que la burguesía encuentra en las vidas de quienes la representan. El culto, por lo tanto, es expresión de cómo se opone este modelo provinciano y proletario al modelo limeño y aburguesado, y de cómo una mujer sencilla, que simboliza la vida de la gran mayoría, se vuelve de repente milagrosa porque así la aspiración colectiva lo desea de ella. Es importante que recordemos que no es sino hasta comienzos de los años 60 que SC "comienza" a hacer milagros, luego que -siguiendo una leyenda urbana- Candelaria, una mujer chalaca, devota, de aquellas que veneran a los muertos, encontrara al azar la cruz que el padre de SC plantara en la fosa común del cementerio Baquíjano para señalar el lugar donde supuestamente se encontrarían los restos de su hija, y le pidiera un milagro -costumbre arraigada entre muchas católicas limeñas de antaño- que luego le sería concedido. Así comenzó el culto a SC, producto de una casualidad. Pudo haber sido cualquier otra mujer, pero el tiempo estaba maduro, los migrantes -como en su momento los criollos del virreinato con respecto a Santa Rosa- necesitaban su propia santa. No pudieron elegir mejor.

Guillermo Ladd

No hay comentarios:

Publicar un comentario