"Poscia ch'io v'ebbi alcun riconosciuto,
vidi e connobi l'ombra di colui
che fece per vittade il gran rifuito"
(Así que distinguir los rostros puedo,
miro con más fijeza,
y vi entre varios al que la gran renuncia hizo por miedo)
Dante Alighieri. La Divina Comedia Inf. III, 58-60
El célebre florentino no dudó en colocar en el Infierno al papa Celestino V, junto a los inútiles y/o neutrales que se encuentran entre la puerta y el vestíbulo del Hades, quien -benedictino como J. Ratzinger y quizá por razones parecidas- no tuvo reparos en renunciar al papado en el siglo XIII. Por supuesto, las razones del enojo de Dante hacia quien consideraba una esperanza, tienen que ver con las consecuencias políticas que tuvo sobre su facción y él mismo en vista de la represión brutal que cayó sobre ellos cuando Bonifacio VIII asumió el papado. Mas, de allí a pretender recomendar similar castigo para Benedicto XVI es indudablemente tanto un despropósito como un imposible, dios no escucha a quienes no creen en él y el infierno como entendemos, no existe. Ni, dios no lo quiera, se nos pasa por la mente que un anciano con notorias limitaciones políticas y humanas merezca tal suplicio por el solo hecho de reconocer su impotencia y su notoria falta de fuerzas.
Lo cierto es que nunca sabremos las razones reales por las cuales B-16 termina su papado. El hermetismo enfermizo del catolicismo jamás se permitiría algo similar, estando en juego su reputación y porqué no decirlo, su control sobre la mente de un quinto de la humanidad.
Lamentablemente este ejercicio deshumanizado del poder, que hace a los miembros de la curia impermeables a la crítica y negados para cualquier adaptación a las condiciones de la vida moderna -llámese libertad informativa, transparencia o apertura hacia el actual zeitgeist- trae como consecuencia que toda suerte de hipótesis sea elucubrada por quienes pretenden tratar de entender lo que ocurre en Roma. Sabremos que ellas nunca serán desmentidas y que sólo lo que resulte conveniente recibirá su aprobación: es claro que el clero se ha situado a sí mismo entre el hacedor y su grey y que sólo le deben explicaciones a quien les ha dado el poder del silencio. Así ha sucedido en todos los escándalos recientes en los que la Iglesia católica ha sido encontrada con la sotana en el suelo. El asunto intrincado del lavado de activos del IOR, la inescapable responsabilidad sobre el encubrimiento de abusadores sexuales, la insidiosa figura dada por los Vatileaks, expresión clara de las luchas de poder que se dan al interior de esta antigua formación sectaria, todas son la explicación probable de "Il gran rifuito" de B-16.
Él mismo, en el lenguaje críptico que caracteriza a todo Papa, se ha encargado de darnos los indicios correctos: en primer término, en su sorpresiva renuncia hizo mención a la notoria falta de fuerzas (Libération, el diario grancés, duda si física o metafísica, interpretando la decisión como expresión de una galopante depresión en la que se encontraría inmerso el ex pontífice) para continuar su ministerio, mientras lo que acentuó en la última celebración por Miércoles de ceniza fue algo más explícito: acusó a las distintas facciones en pugna de hipocresía, rivalidades y “divisiones que desfiguran el rostro de la Iglesia” (ver la prensa internacional al respecto). Más claro, el agua.
Lo llamativo es el aparataje mediático que posee el catolicismo, que no ha dudado en representar teatralmente una pantomima insoportable para los seres humanos que desbrozamos el oropel y nos quedamos con la esencia de las cosas. Lo que indudablemente es una derrota de los facciosos en pugna ha sido revertida en una victoria de la decisión personal, inspirada -que duda cabe- por el Espíritu Santo: la suficiente expresión afectiva por parte de los fieles quienes apenas entienden lo que ocurre tras las bambalinas eclesiásticas, es de necesidad permitir, pero por supuesto sin trasponer los linderos del secreto que ha de mantenerse a toda costa, sin que una sola explicación cabal de tan histórica decisión trascienda a la opinión pública. Finalmente, cuándo les habrá interesado a este grupo de narcisistas de rosario y sotana la opinión ajena, cuando no sea para tergiversarla, maniatarla o sobornarla.
No obstante quedan claras algunas cosas sobre este culto singular: carente de democracia interna, la educación de sus fieles es lo que menos importa, lo principal es mantener en ellos el estado de infantilismo mental que les hace soportar hasta lo insoportable. Para ellos -los fieles de a pie- cada vez resulta patente que no tienen parte en las decisiones que tienen que ver con quienes supuestamente los representan ante su hacedor: ni la presión de grupos laicos sobrevivientes de los abusos sexuales sacerdotales que no querían tener a algunos connotados cardenales presentes en este cónclave pudo torcerles el brazo a los miembros del Colegio cardenalicio que cuenta entre sus miembros a algunos impresentables como Roger Mahony, Sean Brady o Godfried Danneels, cardenales electores e incluso "papables". La presencia de estas personas habla bien de lo cuestionable de esta sucesión, pero asunto es de ellos, nadie les puede impedir hundir su propia nave.
Sea cual fuera el resultado de este cuestionado cónclave lo cierto es que el lampedusismo está en la base de la política curial. En el Gatopardo el célebre autor italiano manifiesta la tajante expresión de su cinismo político: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". "¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado". "…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está". Y cómo cambiaría en nuestro caso está Iglesia si los mismos cardenales colocados por JP2 ó B16 son los que van a elegir al nuevo pontífice, si pocos de ellos se han enfrentado a los encubridores, si las luchas intestinas han de persistir. Nada va a cambiar, cambiándolo todo, en apariencia por supuesto.
Tal vez sea el columnista del New York Times, Frank Bruni, reconociendo la imposibilidad de este cambio con cualquiera que sea el próximo Papa, quien ha logrado resumir mejor la flagrante contradicción existente entre la curia romana y el fiel de a pie: "Y muchos esperanzados, dolidos, católicos serán dejados donde ellos estaban bajo Benedicto: con una fe cuya esencia los calienta, pero cuya administración formal los deja helados".
Guillermo Ladd
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